LA DEMAGOGIA DE LA CÁMPORA Y LOS VALORES VILLEROS

La Cámpora está impulsando un proyecto de ley para hacer del 7 de octubre el “Día Nacional de los Valores Villeros”. La fecha elegida coincide con el nacimiento del Padre Carlos Mujica, quién tuvo una militancia ejemplar en los barrios pobres – especialmente en la Villa 31 – y un rol fundamental dentro de lo que fue el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. La labor del Padre Mugica lo convirtió en una figura emblemática de las luchas por la equidad social. Recibió críticas desde distintos sectores políticos (incluido el movimiento de los Montoneros, en cuya gestación Mugica estuvo de alguna manera involucrado) y finalmente fue asesinado en el barrio de Villa Luro a la salida de una misa, al parecer – ya que nunca estuvo del todo claro – a manos de la Triple A.
El legado social y político de Mugica es sin duda alguna digno de reconocimiento. El proyecto de ley, sin embargo, invoca una serie de ambigüedades alrededor de los supuestos “valores villeros”, concepto extraño que desde La Cámpora quieren instalar.
 Con la autoproclamada intención de desestigmatizar la nomenclatura de villero, los impulsores y defensores de este proyecto -Andrés “El Cuervo” Larroque, Juan Cabandié, Anabel Fernández Sagasti, entre otros- explican que estos valores consisten en “solidaridad, optimismo, generosidad, esperanza, humildad y valor por lo colectivo”. En un ejercicio muy sencillo de sentido común, el diputado de la Coalición Cívica, Fernando Sánchez, replicó que esos valores son universales y no dependen de un sector social. Ciertamente, la justificación de los diputados de La Cámpora ante la Comisión de Legislación General que dio dictamen favorable al proyecto, hace agua en cuanto a intentar disfrazar valores humanos universales como valores de clase. Y esta maniobra no puede tener otro rótulo que el de demagógica.
Aclaremos los tantos: una cosa es desestigmatizar y otra muy distinta es exaltar. Estoy de acuerdo en que es necesario, para una mejor convivencia social, que la expresión “villero” deje de ser pretexto para fomentar la segregación y el odio entre las personas. Villero es el que vive en una villa, nada menos… pero tampoco nada más.
Las villas son fenómenos de precarización en todo sentido: urbanístico, habitacional, político y social. La responsabilidad de que esa precarización exista y se prolongue es del Estado. En ese sentido, mientras que adhiero a la idea de no discriminar a una persona por el mero hecho de vivir en una villa – situación que no habla en modo alguno de sus condiciones morales e intelectuales–, me parece alarmante que funcionarios públicos propongan la asociación de un concepto que arrastra consigo décadas de miseria a valores inmaculados como los de la solidaridad y el optimismo.
El mito de los pobres como personas esencialmente buenas ha sido siempre una maniobra clasemediera para expiar culpas de clase. Hay pobres buenos y pobres malos. El problema para la política debiera ser que no haya pobres.
El concepto de “valores villeros” expresa entonces dos cosas: el derrotismo cultural de naturalizar a la pobreza y a las condiciones precarias de vida como invariantes de la historia, por un lado, y la inescrupulosidad y cinismo descarado de los representantes que se dicen “progresistas” porque reivindican formas de vida circunstanciales y lamentables sólo porque ellos no son quienes las padecen. Para ser más claros: si a Cabandié y a Larroque les parece tan inmaculada la condición de los villeros que se vayan a vivir ellos a una villa.
A diferencia de estos dirigentes de La Cámpora, el Padre Mugica decía cosas como: “Señor, perdoname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no”. Mugica entendía la diferencia entre él y los pobres. La entendía y la padecía. La pobreza no era para él algo que reivindicar sino algo de lo que había que salir. La lucha era para erradicar la pobreza. Es sencillamente esto lo que estos pibes bien, con sus honorarios y comodidades de funcionarios públicos (a los que no están dispuestos a renunciar) no entienden: la diferencia entre la pobreza y los pobres. Los pobres son personas que merecen -como cualquier conciudadano- nuestro respeto. La pobreza es una condición lamentable que reclama la erradicación a través del trabajo, la planificación pública y la cooperación de todos los representantes y organismos del Estado.
Que villero deje de ser una mala palabra no debería implicar que se convierta en un elogio, en un signo de heroísmo. Las villas no son algo de lo que debamos sentir orgullo porque hablan de los malos manejos del Estado. Lo que estos chicos de la Cámpora quieren es lavar sus culpas de clase para seguir haciendo la vista gorda a un problema que nadie, ni el Gobierno al que tanto defienden, resuelve.
Las generalizaciones de clase le hacen muy mal al país, especialmente cuando se usan demagógicamente para justificar las desigualdades sociales. Al pastiche ridículo de los “valores villeros” yo quisiera oponer el concepto universal tan imprescindible como tergiversado de los derechos humanos, que deben ser defendidos en todas partes, y especialmente allí donde el Estado menos los respeta.

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FALLO GRIESA: NO HINCHEMOS PARA EL EQUIPO CONTRARIO

El reciente fallo de la Justicia de Estados Unidos sobre el canje de la deuda argentina tiene repercusiones importantes y es fundamental tomar posiciones claras respecto al problema. Por eso, me permito desviarme un poco de los temas que son más habituales a esta columna, principalmente cuestiones estrictamente referidas a la Ciudad de Buenos Aires, para expresar mi parecer respecto a este asunto que está dando mucho que hablar a políticos y periodistas.
Primero que nada, me parece importante que las pretensiones políticas a corto plazo no resuman la complejidad del asunto a cuestiones de cristinismo y anticristinismoEsto no es un fracaso del Gobierno nacional ni mucho menos algo para celebrar. Cualquiera que, desde una postura opositora, que es válida, reivindique el fallo está cometiendo un gesto de irresponsabilidad política atroz. Para ponerlo en términos futbolísticos, ya que estamos también a tono con eso, el que celebre el fallo está hinchando para el equipo contrario.

La decisión del juez Griesa, a mí entender, es errónea: el fallo a favor del 8% de los acreedores que no quieren aceptar el canje supone un desconocimiento de la amplia mayoría que sí aceptó los términos. Esta mayoría se sintió en confianza con la negociación de la deuda en gran parte porque la misma se haría bajo la jurisdicción estadounidense, con lo cual es un contrasentido que sea la misma Justicia de Estados Unidos la que ponga en riesgo los cimientos de esa confianza.
Algunos (entre ellos figuras presidenciables) sostienen que Argentina debería atenerse a la disposición de Griesa y pagar el monto impuesto, al contado si hiciera falta. Yo no comparto. Es hora de negociar. Pagar todo en efectivo nos haría quedar mal ante la mayoría de nuestros acreedores que además tendrían razones para exigirnos el mismo trato para con ellos. Esto lo explicó la Presidente en un altisonante discurso por cadena nacional. A pesar de las muchas diferencias que tengo con su mandato, y que suelo hacer públicas a través de esta columna, considero que su descripción es acertada.
También es acertado decir que la deuda precede a este gobierno y que utilizar este episodio como pretexto para campañas opositoras es una irresponsabilidad seria. Como dije antes: ésta no es una cuestión de defender ni atacar al gobierno.
Argentina tiene que negociar. Ni más ni menos. Ni acatar a rajatabla ni entrar en default. Dejemos de esperar desgracias para adjudicárselas a las impericias de otros. Finalmente, el pago de la deuda en condiciones razonables supondrá un logro para todos, para este gobierno y para los que vengan después.
Cuando termine este episodio, sí, conviene pensar cuánta incidencia tienen en estas situaciones los discursos agresivos hacia el Juez a cargo del tema, o el episodio del avión americano y Héctor Timerman obligando a cambiar las claves de seguridad de EEUU en todo el mundo o el acuerdo con Irán siendo hasta ese momento el único país del mundo que tenía a ese país juzgado por terrorismo. No se si lo sabremos alguna vez, pero vale la pena hacer el ejercicio.


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Villa Obelisco: negocios a puertas cerradas

La historia de las ocupaciones ilegales en la Ciudad de Buenos Aires se repite con una frecuencia que haría sonrojar hasta a los productores de Hollywood, quienes nos tienen ya bastante acostumbrados a la remake de la remake de la remake. Hace dos meses ese repetidísimo cuento obtuvo un escenario novedoso: de los creadores de Parque Indoamericano y Villa Papa Francisco llegó otra desopilante historia de impericias, Villa Obelisco. 
Las dimensiones del conflicto han ido mutando de manera poco clara. Primero se instaló una gran carpa que sigue allí hasta el día de hoy. Como al parecer eso no fue suficiente para llamar la atención de las autoridades se fueron instalando carpas chicas que llegaron a ser casi veinte. El Gobierno de la Ciudad, que no quería pagar el costo de desalojar a los ocupantes, cometió el error de creer que no habría costos en permitir que la ocupación siguiera. Es cierto que los porteños tienen una capacidad notable para acostumbrarse al deterioro, pero todo tiene su límite. Para la ciudadanía, la precarización de un punto neurálgico de la ciudad como la intersección de Corrientes y 9 de Julio es algo difícil de ignorar.
Al día de hoy las carpas chicas se fueron y sólo quedó la grande. ¿Qué es lo que negoció el Gobierno de la Ciudad con los manifestantes? No lo sabemos. Las negociaciones se vienen desarrollando a puertas cerradas, lo cual alentará las suspicacias de quienes creemos que tanto este gobierno como el Nacional enfrían los conflictos momentáneamente usando fondos públicos. Las decisiones que se están tomando a espaldas de la sociedad (es decir, de los contribuyentes) tendrán repercusiones para todos en dos sentidos: primeramente porque se utilizará dinero del Estado que no se implementará para otras cosas y en segundo lugar porque seguirá sin resolverse el problema de fondo por el cual se han vuelto cada vez más recurrentes las ocupaciones.
La solución a ese problema de fondo es la que propone nuestra Ley de Pacificación de la Ciudad de Buenos Aires: sacar a los delincuentes de las villas y empezar la urbanización en un marco de absoluta legalidad. Es importante que el Gobierno aclare cómo es que persuade a los manifestantes para que se retiren del Obelisco. Si es con la implementación de una política habitacional seria, como la que nosotros proponemos (lo cual no ocurrirá de un día para el otro) o si es simplemente por la asignación de dádivas que financiamos todos.
El problema de las ocupaciones es recurrente porque nadie quiere hacerse cargo. Es mugre que los gobiernos prefieren esconder bajo la alfombra. La opción responsable es la de empezar a consensuar cuál es el equilibrio que queremos entre la legitimidad de ciertos reclamos y los castigos que se deben imponer por quebrar la ley, así como también definir cuánto de lo que ocurre es responsabilidad de los gobiernos, ya sea por acción u omisión.
Vivimos en una ciudad sin política habitacional, donde los que reclaman por la existencia de dicha política lo hacen quebrantando la ley y, para colmo, en vez de ser castigados son premiados por su transgresión. Esto es, como lo dije en otro momento, el reino del absurdo.
Claramente ni el gobierno de la Ciudad ni el gobierno de la Nación tienen estas cuestiones en mente. Desde esta columna espero poder compartirlas con ustedes para que las tengamos presentes a la hora de tomar las decisiones que se avecinan.


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¿Qué tiene de malo el pacto Macri-Cristina?

Esta semana la presidenta Cristina Kirchner y el Jefe de Gobierno Mauricio Macri inauguraron juntos la extensión de la autopista Illia que representará grandes beneficios para los miles de conductores que a diario transitan por el área metropolitana. Esta obra, para usar las palabras de la Presidenta durante el acto era “objetivamente” necesaria; estoy de acuerdo. Ahora bien, ¿qué necesidad había de remarcar esa objetividad?
La Presidenta quiere disipar la idea de que su actual acercamiento con Macri (quien fuera desde 2007 cuando asumió la Jefatura de Gobierno uno de los más grandes enemigos del kirchnerismo) es parte de un pacto en reacción a la creciente popularidad de la alternativa opositora del Frente Renovador. En otras palabras, quiere despolitizar el asunto con el argumento de la objetividad.
Efectivamente hay un pacto ¿qué hay de malo en reconocerlo? ¿Por qué tantos esfuerzos en disimularlo? Durante casi dos mandatos los porteños vienen esperando una comunicación más fluida entre la Nación y la Ciudad. Obras como ésta, que serán beneficiosas tanto para los habitantes de la Capital como de Gran Buenos Aires, nos encaminan hacia una ciudad más organizada. Si eso nace de un pacto, entonces me quedo con la Presidenta que pacta. Nunca es malo decir la verdad, en especial cuando se trata de buenas noticias.
Es cierto, no obstante, que las repercusiones de reconocer ese pacto son un poco más complejas de lo que se ve a simple vista. Para el Gobierno Nacional la presencia de Macri como un dirigente opositor de centro-derecha siempre fue funcional para sostener su reputación de centro-izquierda. Se trata de un esquema dual en el que Cristina se siente cómoda y que la aparición del Frente Renovador sin duda pone en crisis. Sin esa polarización centro-derecha / centro-izquierda el destino post-presidencial de Cristina queda en manos del justicialismo que nunca es muy benévolo con los que se van. Por eso es comprensible que haga énfasis en las diferencias: no quiere perderlo a Macri como antagonista ideológico porque eso supondría perder su lugar de centro-izquierda.
Sostener esa ficción no le va a ser fácil. Después de casi una década de enfrentamientos y disputas con el Gobierno de la Ciudad, cuando las diferencias que los separan no parecían hacer lugar ni siquiera a necesidades “objetivas” de ningún tipo, es hasta de perogrullo decir que las intenciones de fondo son lisa y llanamente políticas.
Siempre que su acercamiento con Macri redunde, como en este caso, en el beneficio de todos, me parece que no hay nada de malo en reconocerlo. Sin rasgarse las vestiduras ni hacer el papel de mártir, que a fin de cuentas están haciendo lo que hace rato deberían haber hecho: dialogar.
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