Las voces oficiales y qué nos dicen sobre el narcotráfico

Uno de los temas de la semana, y que tiene mucho que ver con lo que venimos hablando en varias entregas de esta columna semanal, fue la “discrepancia” entre el ministro de Defensa, Agustín Rossi, y el secretario de Seguridad,Sergio Berni, sobre si la Argentina es o no un país de producción de droga.
La misma se desarrolló en el contexto de dos entrevistas radiales a cada uno de los funcionarios: primero Agustín Rossi aseguró en Radio Rivadavia que Argentina pasó de ser un país de tránsito y consumo a uno de elaboración.Además estableció la importancia de conducir un trabajo de inteligencia y reducción del delito organizado, el cual -según el ministro- tiene más larga data que el narcotráfico (antes los delincuentes se dedicaban a otros delitos y en cierto punto habrían “cambiado de rubro”).
Por otro lado, Sergio Berni fue entrevistado por La Red. Desconoció haber escuchado a Rossi hacer tales declaraciones y desmintió la clasificación de Argentina como un país productor debido a que, según la definición que maneja Berni de producción, ésta implica la elaboración de la materia prima, es decir la cocaína mayormente, para la cual no están dadas en el país las condiciones geográficas y climáticas. En una segunda entrevista en Rock & Pop, Berni se explayó sobre esta cuestión terminológica: la “producción” de cocaína se realiza en los países geográficamente aptos (Colombia, Bolivia y Perú); aquí se ejercen procesos adicionales como la adulteración (diluir la pureza de la materia prima para aumentar su cantidad y hacerla rentable), fraccionado y envasado (en el caso del éxtasis, cuya materia prima viene de Asia) y distribución. En esta segunda entrevista el secretario de Seguridad expresó su posición a favor de la despenalización de la marihuana y citó al narcotraficante Pablo Escobar para sostener que la lucha contra el narcotráfico tiene una desventaja numérica con respecto a los delincuentes. Esto último escandalizó a la prensa y varios periodistas, aunque si uno escucha la entrevista la idea fue sacada de contexto: Berni venía hablando de la ineficacia de los medios tradicionales de combatir al narcotráfico, pero no sentenció ninguna imposibilidad para hacerlo.
Lo que sí es motivo de preocupación es ver que no hay una visión unificada en el cuerpo de funcionarios del gobierno sobre cómo referirse al problema y mucho menos cómo tratarlo. No es de extrañarse pues que todo gire en torno a cuestiones puramente semánticas: lo que Rossi llamó “elaboración” para Berni es otra cosa. Hay que saber distinguir el carácter de ambos discursos. Rossi hizo una declaración política, Berni hizo una explicación técnica. Para calmar a las fieras, Capitanich declaró que se trató simplemente de interpretaciones distintas sobre lo mismo. Lo que realmente le interesa al Gobierno es dejarnos en claro que la Argentina no es un país productor. Muy bien, ¿y con eso qué?
Lo que tiene que ocupar nuestra atención son los modos de desmantelar el delito organizado en el país que viene creciendo desde hace varios años. Berni reconoce este aumento no sólo en el hecho de que cada vez es mayor sino que también más violento. Para el secretario de Seguridad esto es algo que no pasa solo en la Argentina sino que expresa una tendencia mundial. Nuevamente tiene razón, como también es cierto que aquí el problema no está tan avanzado como en Colombia o Brasil por citar dos casos. Sin embargo todavía seguimos preguntándonos qué acciones concretas se tomarán para evitar que lleguemos a ser como estos países. Y mal que nos pese, como venimos diciendo, hablar de narcotráfico debería obligarnos a hablar de las condiciones de vida precarias en las que viven cada vez más ciudadanos en villas miseria y asentamientos, tema que no fue señalado por ninguna de las voces que participan de este tira y afloje mediático. Ya es sabido que en estos complejos habitacionales opera la mayor parte de los cárteles y que la exclusión social es un caldo de cultivo para que los narcos recluten mano de obra.
Las declaraciones de Rossi apuntan más a proyectar su oposición política contra el Gobierno de Santa Fe que a un verdadero planteo de resolución de este conflicto que creció bajo la vista gorda de autoridades de diversos distritos y jurdisdicciones (empezando por el propio Gobierno Nacional).
Parece que el coro de las voces oficiales empieza a desajustarse y cada uno canta por su lado la melodía que más le conviene. Hace poco el Gobierno empezó a reconocer (por motivos puramente de fuerza mayor) la existencia en el país de problemas que aquejan a la población y cuya existencia negó por mucho tiempo: el narcotráfico es uno de ellos.
Si se produce o no se produce en el país es una discusión de segundo orden. Lo que está clarísimo es que Argentina es parte del circuito de la droga a nivel continental y que los medios para frenarlo no están dando resultado. Quizás no estamos apuntando al lugar correcto. ¿Qué puntería tendrá el Gobierno ahora que para todo le tiembla la mano?
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Los jubilados, la historia y los números

Cristina Kirchner anunció la semana pasada, con bombos y platillos, el aumento del 11,31% para las jubilaciones. Fiel a su estilo habitual, criticó a los que la critican y pasó lista de todas las cosas que viene haciendo el Gobierno… desde 2003. Seguimos hablando de 2003.
Los números no mienten. La historia, por otra parte, puede ser bastante engañosa si no se la sigue atentamente. Según el Índice de Precios al Consumidor de la Dirección de Estadísticas de la Ciudad de Buenos Aires desde septiembre del año pasado, mes en el que se implementó el último aumento a las jubilaciones, hasta enero de este año los precios aumentaron un 16,2%. Esto es, 5 puntos más de lo que el Gobierno está aumentando a los jubilados hoy. Es decir, incluso en el caso improbable de que la inflación se detenga, de ahora en más los jubilados ganarían menos de lo que ya perdieron desde el último aumento. Y no parece que la inflación vaya a detenerse.
Tendemos a pensar la historia como algo que ocurrió hace muchos años, pero la historia se escribe todos los días. Es cierto, como dijo Cristina en su discurso, que este Gobierno incorporó al régimen jubilatorio a muchas personas que antes no estaban incluidas. Ese es un logro de nuestra democracia cuya firma les corresponde y cuyas virtudes se pueden arrogar con justa razón. Pero el tiempo pasa y la celebración de lo que se hizo, por más bueno que haya sido, no debería impedirnos ver lo que se hace. Y lo que el Gobierno está haciendo actualmente es, lisa y llanamente, un ajuste encubierto.
No es muy dífícil de apreciar: el Gobierno actualmente necesita cerrar paritarias por debajo del 25%, cosa que disgusta a los gremios, como quedó puesto en evidencia con las declaraciones de Antonio Caló hace unas semanas. Para mantener su capacidad adquisitiva los trabajadores necesitan por lo menos un aumento del 35%. Para el Gobierno esa cifra es impensable, no puede financiarlo.
Los aumentos a las jubilaciones se deciden en proporción a los aumentos salariales, según la Ley de Movilidad Jubilatoria. Parece claro que, cierren como cierren las paritarias, los trabajadores van a perder plata y los jubilados también.
Este es un problema que la Argentina arrastra desde hace muchos años y que se debe a que el Gobierno se negó sistemáticamente a reconocer la inflación. Los salarios aumentan, sí. Las jubilaciones aumentan, también, pero no lo hacen en proporción con el aumento de los precios.
Es el salario real lo que no se condice con las declaraciones oficiales. Porque si bien los salarios aumentan no es reconocido el aumento de precios efectivo que puede constatar cualquier ciudadano con sus visitas semanales al supermercado. El cálculo en el que se basa la decisión del 11,31% se basa en el salario promedio, que si no estuviese desfasado de la realidad adquisitiva de las personas, estaría bien, pero no es el caso y los números resultantes (jubilación mínima de 2.757 pesos y media de 4.804 pesos), con la inflación y -más aún- con la reciente devaluación, se vuelven un chiste.
Estos números, salta a la vista de cualquiera, son insuficientes para la economía doméstica de cualquier ciudadano. Y lo que es insuficiente hoy, en Argentina, mañana será paupérrimo. Los voceros oficiales, cuyas palabras corren más rápido que sus ideas, se ve que no piensan en estos números. Están más preocupados por sus números, los que tienen que cerrar a como de lugar.
¿Cómo van a cerrar las paritarias? Habrá que esperar para verlo, pero el aumento a los jubilados ya está definido y aunque algunos no quieran verlo sigue atrás de las necesidades y de la realidad de los argentinos. Se ve que ya no estamos en 2003.
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LA “AVARICIA” DE NUESTROS ABUELOS

Hablemos del ahorro, que es el tema de la semana. Hace unos días, cuando escuché las desafortunadas palabras de Jorge Capitanich me puse a pensar mucho en mi abuelo. Él nació en Rusia a principios del siglo XX (se imaginarán lo que era Rusia en ese entonces). La suya era una familia numerosa, de muchos hermanos. Cuando llegó la Primera Guerra Mundial decidieron migrar a Norteamérica, pero resultó que a mi abuelo lo tuvieron que bajar del barco porque tenía una infección en el ojo. Era un pibe y lo desembarcaron, mientras su familia se iba. Eran otros tiempos.
Sí logró, más tarde, subirse a un barco que iba rumbo a Sudamérica pensando que eso lo dejaría cerca de su destino original. Descartó subirse en otra nave con rumbo a Canadá, también disponible, por ignorancia o vaya a saber qué. La cuestión es que ese “error” lo trajo a Buenos Aires. Y lo trajo, desde ya, sin un peso.
Trabajó de lo que pudo, ahorró, se casó, ahorró más. Con el tiempo compró una casa en la Paternal, a dos cuadras de la cancha de Argentinos y enfrente del edificio donde Maradona tendría, unos cuantos años más tarde, su primer departamento.
Mi abuelo tuvo cuatro hijos, tres de los cuales fueron universitarios. Siguió ahorrando durante toda su vida. Así juntó el dinero necesario para viajar y reencontrarse con sus hermanos de quienes se vio forzado a separarse cuando niño. Nunca tuvo mucho, siempre contó con lo justo y un poquito más. Ese poquito lo usaba para ahorrar, y ahorrando construyó de todo: una familia, una casa, prosperidad para sus hijos, un futuro.
Probablemente esta historia que les acabo de contar les suene muy familiar. Prueben reescribir en ella las diferencias con la de sus propios abuelos. Cambien Rusia por España o Italia, quizás, o incluso el interior del país; Primera Guerra por Segunda, u otro momento trágico de la historia; Paternal por la Boca o Boedo. La única cosa que muy probablemente no reescriban es esta palabrita que detonó, en la última semana, semejante cantidad de barbaridades: ahorro.
Tenemos un Jefe de Gabinete que dijo que el ahorro es avaricia. Después medio que intentó retractarse diciendo que no se trataba de cualquier ahorro. Claro, el suyo propio sí es bueno para el país.
Tenemos un Gobierno que anuncia que ahora sí se pueden comprar dólares, que quienes quieran hacerlo deben percibir un salario que duplique al mínimo. Ni hablemos de que duplicar al salario mínimo hoy no es ninguna señal de opulencia. Ahora resulta también que, en palabras de la Presidenta, quienes estén en condiciones de comprar dólares también están en condiciones de no recibir subsidios a los servicios básicos.
Capitanich y Cristina hablan de “ahorro” e “inversión” como si fuesen dos conceptos que le pesan igual a todos los argentinos. Invocan ambas ideas con la más manipuladora de las ambigüedades y nos dan una instrucción sencilla: invertir en el país. Señora, no se guarde la plata, invierta en el país. Señor, no compre dólares, invierta en el país. Si usted compra dólares, tan mal no le va, no necesita que le subvencionemos los servicios.
Tratar a todos como iguales es solo en abstracto una consigna noble. Hay que preguntarse: ¿iguales  a quién? El Gobierno le habla a los ciudadanos como si fuesen todos semejantes a esos temibles y grandes empresarios rurales y mediáticos de sus fabulaciones conspirativas. ¿En qué momento desaparecieron los laburantes, los padres que quieren un futuro para sus hijos, las pequeñas y medianas empresas que buscan abrirse un lugar en esta economía de la escasez? “¡En el momento en que dejan de invertir en su país!” respondería el mejor monologuista de La Cámpora, que al mismo tiempo canta alabanzas a los subsidios que este Gobierno insiste en darle a los que no trabajan ni van a trabajar de acá a unos años (hablo, por supuesto, del Plan Progresar, al cual nos referimos hace un par de semanas).
La ambigüedad de las declaraciones oficiales buscan vaciar a la Argentina, no de dinero, sino de realidad. Sin dinero aún podemos hacer grandes cosas por nuestro futuro, como hicieron nuestros abuelos. Sin realidad estamos absolutamente perdidos. El ahorro ha sido a lo largo de varias generaciones la forma privilegiada de poner la realidad de nuestro lado. El Gobierno insiste en pelearse con ella todos los días y quiere arrastrarnos a todos en esa pelea, que no puede ganar.

Infobae
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Un año sin novedades para el padre Carlos y el Bajo Flores

Hace poco más de un año, en esta misma columna, les contaba cómo entré en contacto con el padre Carlos Bouzón, de la parroquia San Judas Tadeo del Bajo Flores (link a la nota). El padre se comunicó conmigo a través de Twitter debido a que había leído mi nota de la semana anterior en la que hablaba sobre la calidad de nuestras fuerzas de seguridad y de la necesidad de que las policías de distintas jurisdicciones colaboren entre sí.
El padre Carlos y yo nos encontramos y él me mostró cómo es la realidad cotidiana del Bajo Flores, barrio donde se encuentra una de las villas más grandes y peligrosas de Buenos Aires:la 1-11-14. Caminar por esas calles cuando el sol empieza a caer sobre las edificaciones y los pibitos de 14 años salen como zombies a buscar paco es una experiencia que no la puede reflejar ninguna estadística, ningún comunicado oficial sobre si sube o baja la cantidad de delitos en la Ciudad. Las tripas no entienden de números, se te revuelven y ya.
Con la gendarmería estaban mejor, dicen los vecinos de la zona, pero la gendarmería no logra terminar de hacer pie en un territorio extenso y hostil. Eso contábamos hace un año y, lamentablemente, no ha habido novedades al día de la fecha. Muchas calles siguen sin vigilancia y sin luz. Venimos diciendo hace rato que tenemos un Estado ausente, pero creo que, para ser más correctos deberíamos hablar de un Estado que hace actos selectivos de presencia. Donde el Estado no se decide a estar presente, las opciones para las personas comunes y corrientes no son muchas: sobrellevar la situación lo mejor que se pueda o actuar, hacer un intento, un esfuerzo por pacificar internamente a una comunidad donde gobierna la violencia.
El padre Carlos opta siempre por lo segundo. Y les puedo asegurar, porque caminé con él, que no es fácil. Por eso quiero aprovechar este espacio, habiéndose cumplido un año de mi primer encuentro con él (el primero de muchos, uno más fructífero que el otro), para reivindicar el trabajo del padre Carlos y para insistir en esta petición final con la que cerré mi nota de hace un año: en Bajo Flores, dije en su momento, necesitan una mano. Hoy la siguen necesitando. No cualquier mano, la mano del Estado… una mano visible para todos los vecinos.
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